CAPITULO V


CAPITULO 5
Vuelve de Efeso a Jerusalén María Santísima llamada del apóstol san Pedro, continúase la batalla con los demonios, padece gran tormenta en el mar y decláranse otros secretos que sucedieron en esto. 
456. Con el justo castigo y condenación del infeliz Herodes volvió la primitiva Iglesia de Jerusalén a recobrar algún desahogo y tranquilidad por muchos días, mereciéndolo todo y granjeándolo la gran Señora del mundo con sus ruegos, obras y solicitud de Madre. En este tiempo predicaban san Bernabé y san Pablo con admirable fruto en las ciudades del Asia Menor, Antioquía, Listris, Perge y otras muchas como lo refiere san Lucas por los capítulos 13 y 14 de los Hechos apostólicos, con las maravillas y prodigios que san Pablo hacía en aquellas ciudades y provincias. El apóstol san Pedro, cuando libre de la cárcel huyó de Jerusalén, se había retirado hacia la parte del Asia para salir de la jurisdicción de Herodes, para acudir de allí a los nuevos fieles que se convertían en Asia y a los que estaban en Palestina. Reconocíanle todos y le obedecían como a Vicario de Cristo y cabeza de la Iglesia y que en el cielo era confirmado todo lo que Pedro ordenaba y hacía en la tierra. Con esta firmeza de la fe acudían a él, como a Pontífice supremo, con las dudas y cuestiones que se les ofrecían. Y entre las demás le dieron aviso de las que a San Pablo y san Bernabé movieron algunos judíos, así en Antioquía como en Jerusalén, sobre la observancia de la circuncisión y ley de Moisés, como diré adelante1 , y lo refiere san Lucas en el capítulo 15 de los Hechos apostólicos.
457. Con esta ocasión los apóstoles y discípulos de Jerusalén pidieron a san Pedro volviese a la ciudad santa para resolver aquellas controversias y disponer lo que convenía para que no se embarazase la predicación de la fe, pues ya los judíos con la muerte de Herodes no tenían quién los amparase y la Iglesia gozaba de mayor paz y tranquilidad en Jerusalén. Pidieron también hiciese instancia a la Madre de Jesús para que por estas mismas causas volviese a la ciudad, donde la deseaban los fieles con íntimo afecto de corazón y con su presencia serían consolados en el Señor y todas las cosas de la Iglesia se prosperarían. Por estos avisos determinó san Pedro partir luego a Jerusalén y antes escribió a la Reina santísima la carta siguiente:
458. Carta de san Pedro para María santísima.–A María Virgen, Madre de Dios, Pedro apóstol de Jesucristo, siervo vuestro y de los siervos de Dios. Señora, entre los fieles se han movido algunas dudas y diferencias sobre la doctrina de vuestro Hijo y nuestro Redentor, y si con ella se ha de guardar la ley antigua de Moisés. Quieren saber de nosotros lo que en esto conviene y que digamos lo que oímos de la boca de nuestro divino Maestro. Para consultar a mis hermanos los apóstoles me parto luego a Jerusalén, y os pedimos que para consuelo de todos y por el amor que tenéis a la Iglesia volváis a la misma ciudad, donde los hebreos, después que murió Herodes, están más pecíficos y los fieles con mayor seguridad. La multitud de los seguidores de Cristo os desean ver y consolarse con vuestra presencia. Y en estando en Jerusalén daremos este aviso a las demás ciudades, y con vuestra asistencia se determinará lo que conviene en las materias de la santa fe y de la grandeza de la ley de gracia.
459. Este fue el temor y estilo de la carta y comúnmente le guardaron los apóstoles, escribiendo primero el nombre de la persona o personas a quien escribían y después el de quien escribía, o al contrario, como parece en las epístolas de san Pedro y de san Pablo y otros apóstoles. Y llamar a la Reina Madre de Dios fue acuerdo de los apóstoles después que ordenaron el Credo, y que unos con otros la llamasen Virgen y Madre, por lo que importaba a la santa Iglesia asentar en el corazón de todos los fieles el artículo de la virginidad y maternidad de esta gran Señora. Algunos otros fieles la llamaban María de Jesús o María la de Jesús Nazareno; otros menos capaces la nombraban María, hija de Joaquín y Ana; y de todos estos nombres usaban los primeros hijos de la fe para hablar de nuestra Reina. Pero la santa Iglesia, usando más del que le dieron los apóstoles, la llama Virgen y Madre de Dios, y a éste ha juntado otros muy ilustres y misteriosos. Entrególe la carta de san Pedro a la divina Señora un propio que la llevaba y dándosela la dijo cómo era del apóstol. Recibióla y venerando al Vicario de Cristo se puso de rodillas y besó la carta, pero no la abrió, porque san Juan estaba en la ciudad predicando. Y luego que llegó el evangelista a su presencia, puesta de rodillas le pidió la bendición, como lo acostumbraba2 , y le entregó la carta, diciendo era de san Pedro el Pontífice de todos. Preguntóle san Juan lo que contenía la carta. Y la Maestra de las virtudes respondió: Vos, señor, la veréis primero y me diréis a mí lo que contiene.–Así lo hizo el evangelista.
460. No me puedo contener de admiración y en la confusión propia a la vista de tal humildad y obediencia como en esta ocasión, aunque parece de poca monta, manifestó María santísima; pues sola su divina prudencia pudo hacer juicio que siendo Madre de Dios y la carta del Vicario de Cristo, era mayor humildad y rendimiento no leerla ni abrirla por sí sola, sin la obediencia del ministro que tenía presente, para obedecerle y gobernarse por su voluntad. Con este ejemplo queda reprendida y enseñada la presunción de los inferiores, que andan buscando salidas y razones excusadas para trampear la humildad y obediencia que debemos a los superiores. Pero en todo fue María santísima maestra ejemplar de santidad, así en las cosas pequeñas como en las mayores. En leyendo el evangelista la carta de san Pedro a la gran Señora, la preguntó qué le parecía en lo que suscribía el Vicario de Cristo. Y tampoco en esto quiso mostrarse superior ni igual sino obediente y respondió a san Juan: Hijo y señor mío, ordenad vos lo que más conviene, que aquí está vuestra sierva para obedecer.–El evangelista dijo que le parecía razón obedecer a san Pedro y volverse luego a Jerusalén.–Justo y debido es, respondió María purísima, obedecer a la Cabeza de la Iglesia; disponed luego la partida.
461. Con esta determinación fue luego san Juan a buscar embarcación para Palestina y prevenir lo que para ella era necesario y disponer con brevedad la partida. En el ínterin que solicitaba esto el evangelista, llamó María santísima a las mujeres que tenía en Efeso por conocidas y discípulas, para despedirse de ellas y dejarlas informadas de lo que para conservarse en la fe debían hacer. Eran estas mujeres en número setenta y tres, y muchas de ellas vírgenes, especialmente las nueve que dije arriba se libraron de la ruina del templo de Diana3 . A éstas y otras muchas había catequizado y convertido en la fe por sí misma María santísima, y de todas había hecho un colegio en la casa donde vivía, con las mujeres que la hospedaron en ella. Y con esta congregación comenzó la divina Señora a recompensar los pecados y abominaciones que por tantos siglos se habían cometido en el templo de Diana, dando principio a la común guarda de la castidad en el mismo lugar de Efeso, donde el demonio la había profanado. De todo esto tenía informadas a estas discípulas, aunque no sabían que la gran Señora había destruido el templo; porque este suceso convenía guardarle en secreto, para que ni los judíos tuviesen motivo contra la piadosa Madre, ni los gentiles se indignasen contra ella, por el insano amor que tenían a su Diana. Y así ordenó el Señor que el suceso de la ruina se tuviese por casual y se olvidase luego y los autores profanos no le escribiesen, como el primer incendio.
462. Habló María santísima a estas discípulas suyas con palabras dulcísimas, para consolaras en su ausencia, y dejóles un papel escrito de su mano, en que les decía: Hijas mías, por la voluntad del Señor todopoderoso me es forzoso volver a Jerusalén. En mi ausencia tendréis presente la doctrina que de mí habéis recibido y yo la oí de la boca del Redentor del mundo. Reconocedle siempre por vuestro Señor, Maestro y Esposo de vuestras almas, sirviéndole y amándole de todo corazón. Tened en la memoria los mandamientos de su santa ley, y en ellos seréis informadas de sus ministros y sacerdotes, a quienes tendréis en grande veneración y obedeceréis a sus órdenes con humildad, sin oír ni admitir a otros maestros que no sean discípulos de Cristo mi Hijo santísimo, seguidores de su doctrina; yo cuidaré siempre de que os asistan y amparen, y no me olvidaré jamás de vosotras ni de presentaron al Señor. En mi lugar queda María la Antigua, a ella obedeceréis en todo, respetándola y amándola, y cuidará de vosotras con el mismo amor y desvelo. Guardaréis inviolable retiro y recogimiento en esta casa y jamás entre varón en ella y, si fuere forzoso hablar a alguno, sea en la puerta estando tres presentes de vosotras. En la oración seréis continuas y retiradas; diréis y cantaréis las que os dejo escritas en el aposento donde yo estaba. Guardad silencio y mansedumbre; y con ningún prójimo hagáis más de lo que deseáis para vosotras. Hablad siempre verdad y tened presente continuamente a Cristo crucificado en todos vuestros pensamientos, palabras y obras. Adoradle y confesadle por Criador y Redentor del mundo; y en su nombre os doy su bendición y pido asista en vuestros corazones.
463. Estos avisos y otros dejó María santísima a toda aquella congregación que había dedicado a su Hijo y Dios verdadero. Y la que señaló para superior de ella era una de las mujeres piadosas que la hospedaron y cuya era la casa. Esta era mujer de gobierno y con quien más había comunicado la Reina y la tenía más informada de la ley de Dios y de sus misterios. Llamábanla María la Antigua, porque a muchas mujeres les puso en el bautismo su propio nombre la divina Señora, comunicándoles sin envidia, como dice la Sabiduría4 , la excelencia de su nombre, y porque esta María fue la primera que se bautizó en Efeso con este nombre se llamaba la Antigua a diferencia de las otras más modernas. Dejóles también escrito el Credo con el Pater noster y los diez Mandamientos, y otras oraciones que rezasen vocalmente. Y para que hiciesen estos y otros ejercicios les dejó una cruz grande en su oratorio, fabricada por mano de los santos ángeles, que por su mandado la hicieron con grande presteza. Luego sobre todo esto, para obligarlas más, como piadosa Madre les repartió entre todas las alhajas y cosas que tenía, pobres en valor humano pero ricas y de inestimable precio por ser prendas suyas y testimonio de su maternal caricia.
464. Despidióse de todas con mucha compasión de dejarlas solas, por haberlas engendrado en Cristo, y todas se postraron a sus pies con mayor llanto y abundantes lágrimas, como quien perdía en un momento el consuelo, el refugio y alegría de sus corazones. Pero con el cuidado que la beatísima Madre tuvo siempre de aquella su devota congregación perseveraron todas setenta y tres en el temor de Dios y fe en Cristo nuestro Señor, aunque las movió el demonio grandes persecuciones por sí y por los moradores de Efeso. Y previniendo todo esto la prudente Reina, hizo fervorosa oración por ellas antes de partir, pidiendo a su Hijo santísimo las guardase y conservase y que destinase un ángel que defendiese aquella pequeña grey. Y todo lo concedió el Señor como lo pidió su Madre santísima. Y después las consoló muchas veces con exhortaciones desde Jerusalén y encargó a los discípulos y apóstoles que fueron a Efeso cuidasen de aquellas vírgenes y mujeres recogidas. Y esto hizo todo el tiempo que vivió la gran Señora.
465. Llegó el día de partir para Jerusalén, y la humilde entre las humildes pidió la bendición a san Juan y con ella se fueron juntos a embarcar, habiendo estado en Efeso dos años y medio. Y a la salida de su posada se le manifestaron a la gran Señora todos sus mil ángeles en forma humana visible, pero todos como de batalla y armados para ella en forma de escuadrón. Esta novedad fue el aviso con que se le dio inteligencia de que se previniese para continuar el conflicto con el dragón grande y sus aliados. Y antes de llegar al mar vio gran multitud de legiones infernales que venían a ella con espantosas figuras varias, todas de gran terror, y tras ellas venía un dragón con siete cabezas, tan horrible y tan disforme que excedía a un grande navío y sólo el verlo tan fiero y abominable era causa de gran tormento. Contra estas visiones tan espantosas se previno la invencible Reina con ferventísima fe y caridad y con las palabras de los salmos y otras que oyó de la boca de su Hijo santísimo; y a los santos ángeles ordenó que la asistiesen, porque naturalmente aquellas figuras tan horribles le causaron algún temor y horror sensible. El evangelista no conoció entonces esta batalla, hasta que después le informó la divina Señora y tuvo inteligencia de todo.
466. Embarcóse Su Alteza con el santo, y el navío se dio a la vela. Pero a poca distancia del puerto aquellas furias infernales, con el permiso que tenían, alteraron el mar con una tormenta tan deshecha y espantosa cual nunca otra semejante se había visto en él hasta aquel día ni hasta ahora, porque en esta maravilla quiso el Omnipotente glorificar su brazo y la santidad de María y para esto dio aquel permiso a los demonios, que estrenasen toda su malicia y fuerzas en esta batalla. Entumeciéronse las olas con terribles gemidos, levantándose sobre los mismos vientos, y al parecer sobre las nubes, y formando entre ellas unas montañas de espuma y de agua, que parecía tomaban la corrida para quebrantar las cárceles en que están encerradas5 . El navío era combatido y azotado por un costado y por otro, de manera que con cada golpe parecía gran maravilla no quedar hecho polvo. Unas veces era levantado hasta el cielo, otras descendía a romper las arenas de lo profundo, muchas tocaba con las gavias y con las entenas en las espumas de las olas, y en algunos ímpetus de esta inaudita tormenta fue necesario que los santos ángeles sustentaran el navío en el aire, y le sustentaban inmóvil mientras pasaban algunos combates del mar que naturalmente habían de anegarle y echarle a pique.
467. Los marineros y navegantes reconocían el efecto de este favor, pero ignoraban la causa, y oprimidos de la tribulación estaban fuera de sí, dando voces y llorando su ruina, que les parecía inevitable. Acrecentaron los demonios esta aflicción, porque tomando forma humana gritaban a grandes voces, como si estuvieran en otros navíos que iban en conserva en este viaje, y a los que iban en el de la gran Señora les decían que dejasen perecer aquel navío y se salvasen los que pudiesen en los demás; que si bien todos padecían tormenta, pero la indignación de estos dragones y su permiso miraba sólo al navío en que navegaba su enemiga y los demás no eran tan molestados de las olas, aunque todos padecían grande riesgo. Esta malicia de los demonios conoció sola María santísima, y como los marineros lo ignoraban creyeron que las voces eran verdaderamente de los otros navegantes y marineros y con este engaño desampararon algunas veces el navío propio, dejando de gobernarle, en confianza de salvarse en los otros navíos. Pero este error e impiedad enmendaron los ángeles que asistían al navío donde iba la gran Reina, gobernándole y encaminándole cuando los marineros le dejaron para que se rompiese y fuese a pique a la disposición de la fortuna.
468. En medio de tan confusa tribulación y llantos estaba María santísima en extrema quietud, gozando de serenidad el océano de su magnanimidad y virtudes, pero ejercitándolas todas con actos tan heroicos como la ocasión y su sabiduría lo pedían. Y como en esta embarcación tan borrascosa conoció por experiencia los peligros de la navegación, que en la venida de Efeso había entendido por revelación divina, movióse a nueva compasión de todos los que navegaban y renovó la oración y petición que antes hizo por ellos, como arriba se dijo6 . Admiróse también la prudentísima Virgen de la fuerza indómita del mar y consideró en ella la indignación de la Justicia divina, que en aquella criatura insensible resplandecía tanto. Y pasando de esta consideración a la de los pecados de los mortales, que llegan a merecer la ira del Omnipotente, hizo grandes peticiones por la conversión del mundo y aumento de la Iglesia. Y para esto ofreció el trabajo de aquella navegación, que, no obstante la quietud de su alma, padeció mucho en el cuerpo y sin comparación más en la aflicción que padecía de saber que todos los que allí iban eran perseguidos del demonio para afligirla y perseguirla a ella.
469. Al evangelista san Juan le alcanzó gran parte de esta tribulación, por el cuidado que llevaba de su verdadera Madre y Señora del mundo. Y esta pena se añadía a la que el mismo santo padecía por su trabajo propio. Y todo era más terrible para él, porque entonces no conocía lo que pasaba por el interior de la beatísima Virgen. Procuraba algunas veces consolarla y consolarse también a sí mismo con asistirla y hablar con ella. Y aunque la navegación de Efeso a Palestina suele ser de seis días, o poco más, ésta les duró quince y la tormenta catorce. Un día se afligió mucho san Juan con la perseverancia de tan desmedido trabajo y sin pederse detener la dijo: Señora mía, ¿qué es ésto? ¿Hemos de perecer aquí? Pedid a vuestro Hijo santísimo que nos mire con ojos de Padre y nos defienda en esta tribulación.–María santísima le respondió: No os turbéis, hijo mío, que es tiempo de pelear las guerras del Señor y vencer a sus enemigos con fortaleza y paciencia. Yo le pido no perezca nadie de los que van con nosotros, y no se duerme ni se dormita el que es guarda de Israel7 , los fuertes de su corte nos asisten y defienden; padezcamos nosotros por el que se puso en la cruz por la salud de todos.–Con estas palabras cobró san Juan nuevo esfuerzo, que lo había menester.
470. Lucifer y sus demonios, acrecentando el furor, amenazaban a la poderosa Reina que perecería en aquella tormenta y no saldría libre del mar. Pero éstas y otras amenazas eran flechas muy párvulas, y la prudentísima Madre las despreciaba, sin atender a ellas, sin mirar a los demonios ni hablarles sola una palabra, ni ellos la pudieron ver la cara, por la virtud que en ella puso el Altísimo, como arriba dije8 . Y cuanto mayor conato ponían en esto, tanto menos lo conseguían y tanto más eran atormentados con aquellas armas ofensivas de que vistió el Señor a su Madre santísima. Aunque en este largo conflicto siempre le tuvo oculto el fin, y lo estuvo Su Majestad, sin que se le manifestase por alguna visión de las que ordinariamente solía tener.
471. Pero a los catorce días de la navegación y tormenta se dignó su Hijo santísimo de visitarla en persona y descendió de las alturas, apareciéndosele en el mar, y la dijo: Madre mía carísima, con vos estoy en la tribulación.–Con la vista y palabras del Señor, aunque en todas las ocasiones que la tenía recibía inefable consolación, pero en este trabajo fue más estimable para la beatísima Madre, porque el socorro en la necesidad mayor es más oportuno. Adoró a su Hijo y Dios verdadero y respondióle: Dios mío y bien único de mi alma, vos sois a quien el mar y los vientos obedecen9 ; mirad, Hijo mío, nuestra aflicción, no perezcan las hechuras de vuestras manos.–Díjole el Señor: Madre mía y paloma mía, de vos recibí la forma de hombre que tengo y por esto quiero que todas mis criaturas obedezcan a vuestro imperio; mandad como Señora de todas, que a vuestra voluntad están rendidas.–Deseaba la prudentísima Madre que mandara el Señor a las olas en esta ocasión, como en la tormenta que tuvieron los apóstoles en el mar de Galilea, pero la ocasión era diferente y allí no hubo otro que pudiese mandar a los vientos y a las aguas. Obedeció María santísima y en virtud de su Hijo santísimo mandó lo primero a Lucifer y sus demonios que al punto saliesen del mar Mediterráneo y le dejasen libre; y luego despejaron y se fueron a Palestina, porque entonces no les mandó bajar al profundo, por no estar acabada con ellos la batalla. Retirados estos enemigos, mandó al mar y a los vientos que se quietasen, y al punto obedecieron, quedando en tranquilidad pacífica y serena en brevísimo tiempo, con asombro de los navegantes, que no conocieron la causa de tan repentina mudanza. Y Cristo nuestro Salvador se despidió de su Madre santísima, dejándola llena de bendiciones y júbilo, y la ordenó que el día siguiente saliese a tierra. Y sucedió así, porque a los quince de la embarcación llegaron con bonanza al puerto y desembarcaron. Nuestra Reina y Señora dio gracias al Omnipotente por aquellos beneficios y le hizo un cántico de loores y alabanzas, porque a ella y a los demás los había sacado de tan formidables peligros. El evangelista santo hizo lo mismo, y 1a divina Madre le agradeció también el haberla acompañado en sus trabajos y le pidió la bendición, y caminaron a Jerusalén.
472. Acompañaban los santos ángeles a su Reina y Señora en la misma forma de pelear que dije10 cuando salieron de Efeso, porque también los demonios continuaban la batalla desde que salió a tierra donde la esperaban. Y con increíble furor la acometieron con varias sugestiones y tentaciones contra todas las virtudes; pero estas flechas retrocedían contra ellos, sin hacer mella en la torre de David, que dijo el Esposo tenía pendientes mil escudos y todas las armas de los fuertes11 y del muro edificado con propugnáculos de plata12 . Antes de llegar a Jerusalén, solicitaba el corazón de la gran Señora la piedad y devoción de los lugares consagrados con nuestra redención, para visitarlos primero de ir a su casa, como fue lo último que hizo cuando se ausentó de la ciudad, pero como estaba en ella san Pedro, por cuyo llamamiento venía y sabía como maestra de las virtudes el orden que se ha de guardar en ellas, determinó anteponer la obediencia del Vicario de Cristo a su propia devoción. Con esta atención de la obediencia se fue derecha a la casa del cenáculo, donde estaba san Pedro, y puesta de rodillas en su presencia le pidió la bendición y que la perdonase no haber cumplido antes con su mandato, pidióle la mano y se la besó como a sumo Sacerdote; pero no se disculpó de haber tardado en el viaje por la tempestad, ni le dijo otra cosa, y sólo por la relación que después le hizo san Juan tuvo san Pedro noticia de los trabajos que en la navegación habían padecido. Pero el Vicario de Cristo nuestro Salvador y todos sus discípulos y fieles de Jerusalén recibieron a su Maestra y Señora con indecible gozo, veneración y afecto, y se postraron a sus pies, agradeciéndole que hubiese venido a llenarlos de alegría y consuelo y donde la pudiesen ver y servir.
Doctrina que me dio la gran Reina María Santísima
473. Hija mía, continuamente quiero que renueves en tu memoria la advertencia que desde el principio te he dado para escribir estos venerables secretos de mi vida; porque no es mi voluntad que seas sólo instrumento insensible para manifestarlos a la Iglesia, sino antes quiero que tú seas la que primera y sobre todos logres este nuevo beneficio, practicando en ti misma mi doctrina y el ejemplo de mis virtudes; que para esto te llamó el Señor y te elegí yo por mi hija y mi discípula. Y por el digno reparo que has hecho de la humildad que yo tuve en no abrir la carta de san Pedro sin voluntad de mi hijo san Juan, quiero manifestarte más la doctrina que se encierra en lo que yo hice, advirtiendo que en estas dos virtudes, humildad y obediencia, que son el fundamento de la perfección cristiana, no hay cosa pequeña y todas son de sumo agrado del Altísimo y tienen copiosa remuneración de su liberal misericordia y justicia.
474. Advierte pues, carísima, que como a la condición humana ninguna obra es más violenta que sujetarse una persona a la voluntad de otra, así tampoco ninguna es más necesaria que ésta para domar su altiva cerviz, que el demonio pretende levantar en todos los hijos de Adán. Por esto trabajan los enemigos con sumo desvelo en hacer que los hombres se arrimen cada uno a su propio parecer y voluntad. Y con este engaño gana muchos triunfos, y destruye innumerables almas por diversos caminos, porque en todos los estados y condiciones de los mortales derrama este veneno, solicitando ocultamente a todos que cada uno siga su parecer y que ningún inferior y súbdito se sujete a las leyes y voluntad del superior, pero que las desprecie y quebrante, pervirtiendo el orden de la divina providencia, que puso todas las cosas bien ordenadas. Y porque todos destruyen este gobierno del Señor, está el mundo lleno de confusión y tinieblas, alteradas todas las cosas y gobernándose cada uno por su antojo, sin otra atención ni respeto a Dios y a las leyes.
475. Pero aunque este daño es general y odioso en los ojos del Supremo Gobernador y Señor, mucho más pesa en los religiosos, que estando atados con los votos de sus religiones, andan forcejando por ensanchar estos lazos o para desatarse de ellos. Y no hablo ahora de los que atrevidamente los rompen y quebrantan sus votos en lo poco y en lo mucho; ésta es temeridad formidable y trae consigo la sentencia de condenación eterna. Para no llegar a este peligro, amonesto yo a los que en la religión quieren asegurar su salvación, se guarden de buscar opiniones y declaraciones con que sisar y ensanchar la obediencia que deben a Dios en sus prelados, examinando en ella y en los otros votos, hasta dónde pueden llegar sin pecado en hacer su voluntad y si pueden disponer de poco o de mucho sin licencia y por su propio parecer. Estos conatos nunca son para guardar los votos, sino para quebrantarlos, sin oír a la conciencia que les remuerde. Adviértales que el demonio procura que traguen estos mosquitos venenosos, para que poco a poco lleguen a tragar los camellos de mayores culpas, después de acostumbrados a las que parecen menores. Y los que siempre quieren llegar tirando la cuerda hasta los umbrales de la muerte del pecado mortal, por lo menos merecen que después el justo Juez les examine y escudriñe sus conciencias para premiarles lo menos que pudiere, como ellos quisieran hacer por Dios lo menos en que obligarle, y en esto estudiaron toda la vida.
476. Estas doctrinas de buscar ensanches a la ley de Dios, que sólo vienen a hacerlo para el deleite y para la carne, son muy aborrecibles para mi Hijo santísimo y para mí; porque es gran desamor obedecer a su divina ley a no poder más, de manera que sólo obra el temor del castigo y no el amor de quien lo manda, y por éste nada se hiciera, si no amenazara el castigo. Muchas veces por no humillarse el súbdito al prelado inferior, acude por licencia al superior y tal vez la pide general y de aquel que menos puede conocer y entender el peligro del que la pide. No se puede negar que cualquiera es obediencia, pero también es cierto que todos estos rodeos son para obrar con más libertad y peligro y con menos merecimiento, pues sin duda le hay mayor en obedecer y sujetarse al inferior y que es peor acondicionado y menos acomodado a su dictamen y a su gusto. No aprendí yo esta doctrina en la escuela de mi Hijo santísimo ni la practiqué en mis obras; para todas las cosas pedía licencia a los que tenía por superiores y jamás estuve sin ellos, como lo has conocido, y para leer y abrir la carta de san Pedro, que era la cabeza de la Iglesia, esperé la voluntad del inferior, que era el ministro para mí inmediato.
477. No quiero, hija mía, que sigas la doctrina de los que buscan libertad y licencias al gusto, pero yo te elijo y te conjuro para que me imites y sigas por el camino perfecto y seguro de la perfección. El buscar ensanches y explicaciones tiene pervertido el estado de la vida religiosa y cristiana. Siempre te has de humillar y vivir sujeta a la obediencia, y no te excusa de esto el ser prelada, pues tienes confesores y superiores. Y si alguna vez que están ausentes no puedes obrar con su obediencia, pide consejo y obedece a alguna de tus súbditas o inferiores en el oficio. Para ti todas han de ser superiores; y no te parezca mucho esto, pues tú eres la menor de los nacidos y en este lugar te has de poner, humillándote a todos como inferior a ellos, para que seas mi verdadera imitadora y mi hija y discípula. A más de esto, has de ser puntual en decirme cada día tus culpas dos veces y pedirme licencia todas las que fuere menester para lo que has de obrar y luego te confesarás cada día de las faltas que hicieres. Yo te amonestaré y mandaré lo que te conviene por mí y por los ministros del Señor, y no has de recatear decir a muchos tus culpas ordinarias, para que en todo y con todos te humilles delante de los ojos del Señor y de los míos. Esta ciencia escondida del mundo y de la carne quiero que aprendas y la enseñes a tus monjas. Y en enseñártela yo a ti quiero premiarte lo que has trabajado en escribir mi vida, con estas noticias que te doy de tan importante doctrina, para que entiendas que si has de obrar imitándome como debes no has de comunicar, ni hablar, ni obrar, ni escribir, ni recibir carta ni moverte, ni tener pensamiento, si es posible, sin mi obediencia y de quien te gobierna. Los mundanos y carnales llaman a estas virtudes impertinencias o ceremonias, pero esta ignorancia tan soberbia tendrá su castigo, cuando en la presencia del justo Juez se apuren las verdades y se vea quiénes fueron los ignorantes y los sabios, y sean premiados aquellos que como siervos verdaderos fueron fieles en lo poco y en lo mucho, y los necios conocerán el daño que se han hecho con la prudencia carnal cuando no tengan remedio.
478. Y porque te ha despertado alguna emulación el saber que yo por mí misma gobernaba aquella congregación de mujeres recogidas en Efeso, te advierto que no la tengas. Atiende que tú y tus monjas me habéis elegido por vuestra Prelada y especial Patrona, para que como Reina y Señora os gobierne; y quiero que entiendan lo he admitido y me constituyo por tal para siempre, con condición que ellas sean perfectas en sus vocaciones, y muy fieles con su Dueño, mi Hijo santísimo, que las eligió para esposas suyas. Adviérteselo muchas veces, para que se guarden y se retiren del mundo, y le desprecien de todo corazón; que guarden recogimiento y se conserven en paz, y no degeneren de hijas mías; que sigan y ejecuten la doctrina que te he dado en esta mi Historia para ti y para ellas; que la estimen con suma veneración y agradecimiento, escribiéndola en sus corazones, pues en haberles dado mi vida para su arancel y gobierno de sus almas, escrita por tu mano, en esto hago oficio de Madre y de Prelada, para que ellas como súbditas y como hijas sigan mis pisadas, imiten mis virtudes y me correspondan a esta fidelidad y amor.
479. Otra advertencia importante tienes en este capítulo, esto es, que los malos obedientes, en sucediéndoles alguna adversidad en lo que se les ha mandado, luego se contristran, afligen y conturban, y para honestar su impaciencia culpan a quien se lo mandó y le desacreditan, o con los superiores o con los otros, como si el que manda estuviese obligado a excusar los sucesos contingentes del inferior, o si tuviese a su cuenta el gobierno de todas las cosas del mundo para disponerlas a gusto del inferior. Este engaño va tan fuera de camino, que muchas veces en premio del rendimiento pone Dios en trabajos al que obedece para acrecentarle mérito y corona; otras veces sucederá que le castiga por la repugnancia con que obedecieron de mala gana; y de ninguna cosa de éstas tiene culpa el prelado que manda. Y el Señor dijo solamente: Quien a vosotros oye y quien os obedece, a mí me oye y obedece13 . Y el trabajo que resulta de obedecer, siempre es en beneficio del obediente, y si no le aprovecha, no tiene la culpa quien le manda. No hice yo cargo a san Pedro porque me mandó venir de Efeso a Jerusalén, aunque padecí tanto en el viaje, que antes le pedí perdón de no haber cumplido con más brevedad su mandato. Nunca seas para tus prelados grave ni pesada, que esto es muy fea libertad y destruye el mérito de la obediencia. Míralos con reverencia, como a quien tiene el lugar de Cristo, y será copioso el mérito de obedecerlos; sigue mis pisadas y el ejemplo y doctrina que te doy, y en todo serás perfecta.